Por si a alguien le resulta chocante asociar fenómenos como la turismofobia, recientemente acuñao, antes conocido como gentificación, a Leganés, también debería saber que la última vez que alguien se tomó la molestia de hacer recuentos de nacionalidades, había vecinos de 105 diferentes; pero si no le convence también puede pasarse por la estación de tren y metro Leganés Central en hora punta. No creo que sea el mismo tipo de turista y de turismo que en Ibiza, Valencia, Barcelona, Mallorca, San Sebastián, en muchos aspectos, pero algunos detalles de lo que está pasando en los sitios punteros durante el verano 2017 sí son reconocibles. Así, el 13 julio se celebró la 1ª manifestación de vecinos contra las molestias creadas en los alrededores de la plaza de toros la Cubierta, pero coincidiendo con 1 pleno del ayuntamiento y ante sus puertas la misma tarde que se batieron los record de temperatura. Puede ser esa la excusa o cualquier otra que pongan a la poca o nula asistencia de gente, pero también es verdad que la otra, quizás la única manifestación que pasó por los alrededores de la plaza inaugurada en 1997 fue la de los terroristas que se inmolaron en Leganés Norte, otro punto muy alejao del foco de tensión, poco después del 3 abril 2004, y los altercaos con intervención de antidisturbios en las fiestas de agosto 2013 cuando se suspiendieron los encierros y más recientes por la concentración ante sus puertas de asistentes a 1 congreso de santones que no habían pagao el alquiler del recinto (ni las medidas de seguridad, pues también se quejaron de impago las enfermeras del retén obligatorio en esos eventos), en ambos casos desacuerdos administrativos con la empresa concesionaria del coso que, pese a su mala prensa (la manifestación por las molestias en la zona de copas fue jaleada con reportajes de parte en la prensa local) sigue siendo la que más impuestos devenga de la por otra parte tranquila ciudad. Otra vez que hubo problemas de racismo y xenofobia en Leganés Norte con los realojos, me pillaron trabajando en la prensa nacional, y como conocedor de la ciudad desde niño tuve oportunidad de entrevistar a las 2 partes, con el resultao que la pelea que motivó las manifestaciones (en aquella ocasión se dirigían hacia Parquesur, zona comercial bastante alejada de la del conflicto, y otras manifestaciones que recuerdo parten o acaban junto a la estación de Leganés Central y en la plaza llamada de los Cabezones por la avenida de Fuenlabrada, siempre en zonas alejadas del conflicto que dibujan en la prensa como auténticas batallas campales) había sido entre 2 perros y sus respectivos dueños en la plaza llamada del Laberinto, con la desgracia añadida que 1 de las dueñas que se llevó la peor parte (le rompieron 1 brazo y tenía magulladuras en la cara, aunque por motivos de seguridad no hice ni se publicaron fotos de su cara) y a la que tuve oportunidad de entrevistar, era chilena. Pero además, cuando pregunté a los convocantes de las manifestaciones por las molestias que creaban estos vecinos para motivar las manifestaciones que tanto escandalizaban, lo más que llegaron a decirme era que los niños robaban chucherías en las tiendas del barrio. Los bares de copas en los aledaños de la Cubierta ni siquiera viven su mejor momento tras los cierres y alcaldadas de Jesús Gómez, que saltó a la fama cuando impidió el traslado de las macrofiestas de Flores tras la tragedia del Madrid arena y mantuvo el pulso judicial con dinero público contra la empresa concesionaria, pero hasta su nefasto mandato hubiera despertao la envidia de los empresarios de Ibiza si hubieran visto lo que yo cuando volvía del trabajo las noches de viernes y sábado en metro, motivo principal por el que estos bares y empresarios se trasladaron desde el polígono Urtinsa de Alcorcón a Leganés. Aunque no quiero dármelas de listo, pues no es ni la zona de ocio ni mi actividad preferida, tras las protestas que se airean en la prensa y las políticas parece haber intereses de otras zonas y actividades con mucho menos éxito, y no tanto que esta zona ni en general la ciudad sean tan conflictivas como la pintan. Supongo que el memorial de protestas y conflictos que relato abunda en lo mismo, pero son sucesos inconexos y aislaos, con frecuencia ajenos en 20 años de existencia de la plaza de toros en la que realmente se han impedido los actos propios, pues la particular fisonomía de su cubierta hace que solo sean aptos a la música electrónica, de la que se llevaron a cabo los principales eventos en sus primeros años de existencia, y no tanto a los cantautores tristones que abundan.
La mujer está realmente bien, además es él que la abandona a ella ceñida de negro a las puertas del tren de cercanías en la estación de Atocha donde sigo atento su mirada desconfiada a diestra y siniestra desde una cara muy blanca en el juego de claroscuros de los túneles y los andenes de las estaciones, compañeros de viaje en el horario nocturno del tren de cercanías de Madrid, todavía sigue brillando reflejada en el ventanal del tren que se aleja con ella pasajera tan fugaz como la belleza efímera. En otra ocasión coincidí en el agobiante horario de tarde con otra pareja mixta. Se sentaron a mi lado, él debajo y ella sobre sus rodillas.
– ¿Cómo estás? -le preguntó ella preocupada.
– ¡Caliente, caliente! -respondió él impaciente. Seguro que hay más mezclas. El cinturón de pobreza y marginación enquistado en los suburbios de Madrid fue dispersando por las ciudades de la periferia metropolitana a las sucesivas oleadas de inmigrantes que hemos venido a parar aquí: extremeños, manchegos como mis padres, andaluces, castellanos y gallegos desde los años 60, sudamericanos desde los 70, europeos del Este desde los 80, africanos ahora mismo. Y cada vez más estaciones de tren. Visto de lejos, detrás del gran atasco parece una gran colmena con ventanas, antenas de televisión y coches aparcados. De cerca es lo mismo, sólo que de cerca. Y salvo el piso incendiado o la pelea salvaje de todos los meses, que al fin y al cabo recuerdan a los periodistas la existencia real de todo esto, no pasa nada de momento. El ponerse a pelar una naranja en la ventana y tirar los desperdicios a la calle, las maltratadas dentaduras sin excepción de ningún tipo, algunas miradas fieras que incluso pueden recordar auténticas cacerías de cabezas humanas, las cicatrices en el entrecejo memorizando las peleas a cabezazos y otras señales por el estilo, delatan a los recién llegados más que los rasgos faciales o el color de la piel. Poco a poco todos empezamos a dejar de ser especialmente ruidosos o silenciosos, a no parecer especialmente algo, a pasar desapercibidos. La higiene corporal y la social va marcando las pautas de la integración. Por el idioma y por la inusual felicidad absoluta que delatan sus miradas se pueden distinguir animadas conversaciones entre jóvenes polacos, cameruneses o marroquíes que esperan la llegada del tren de cercanías en cualquier estación, con sus vaqueros, con sus cigarrillos, escupiendo continuamente de pura alegría. Este era el nivel de sus sueños más imposibles, muy parecido al de mis padres y al de todos los emigrantes en su momento. Es éste también el conformismo que lo va pacificando todo, un que puede ser mejor, sí, pero también puede ser mucho peor, un respiro, un «¡uf, al fin un lugar tranquilo bajo el Sol!». Desde aquí, el racismo se ve de otra manera: no es que sean como nosotros, es que nosotros hemos sido como ellos. Cuando están distantes, otros compañeros de viaje lo olvidan y reproducen con palabras los lemas racistas, esos «que nos quitan el trabajo», «que venden droga» o lo que sea, tan hipócritas. Pero de cerca todos conocemos a alguien que nos ha ayudado o al que hemos ayudado, todos tenemos algo bueno que contar, todos sabemos que somos iguales. Debe ser que en las colmenas, en esa especie de celdillas superpuestas, no se puede sentir ningún apego a nada que merezca la pena. Pero también es que todos sin excepción, aunque lo olvidemos a veces, estamos huyendo siempre de la miseria, de la marginación, de las religiones opresivas, de las luchas tribales, del racismo, de los nacionalismos beligerantes, de las guerras y de todas esas cosas que creemos que se van quedando perdidas en algún lugar del tiempo. Alguna vez habrá por aquí casas de Marruecos, de Venezuela, del Chad o de Polonia que harán rancias a las de Extremadura y Andalucía. Y serán lo mismo, lugares de encuentro para bailar, para hablar, para comer cosas maravillosamente raras. Antes, estúpidos nacidos en cualquier parte que se hacen banderas con los fantasmas del pasado olvidado nos están arrastrando a vivir un futuro de pesadilla. Pero de momento no pasa nada por aquí, nada periodísticamente relevante quiero decir.